Todo el mundo sabe que EE.UU bombardeó Hiroshima y Nagasaki. Lo que no todo el mundo hace es condenar este acto como el mayor atentado terrorista de la historia de la humanidad y repensar a partir de esta base el rompecabezas del presente.
El 6 de agosto de 1945, en Hiroshima, el ser humano utiliza por primera vez en su historia un arma de destrucción masiva contra otros seres vivos. Tres días más tarde, un 9 de agosto como hoy, alrededor de las 11 AM, detona una segunda bomba en la ciudad de Nagasaki. Estimativamente 150 mil personas murieron a consecuencia del primer ataque y otras 80 mil del segundo, un porcentaje de ellas ha desaparecido pulverizada en el tiempo que transcurre un segundo, otro agonizante por las indescriptibles secuelas y otro poco sigue sumando victimas porque hoy -y seguirán padeciendo generaciones futuras- las bombas atómicas siguen expandiendo muerte en Japón.
Corre el año 2022 y alguno preguntará ¿Por qué pensar algo que aconteció hace 77 años? la respuesta es que en aquella época se consolidó una alianza entre militares, científicos e industriales -naturalizada luego como el Complejo Militar Industrial- que buscó imponer el poderío estadounidense a través del manejo de armas nucleares. Fue así como el entonces presidente Truman, siguiendo el legado del fallecido Roosevelt, instaló mediante el poder mediático la idea de que no hubo más remedio para poner fin a la Segunda Guerra Mundial que exterminar a una parte de la población japonesa, que de lo contrario hubieran muerto millones de estadounidenses, alimentando además la idiosincrasia patológica que caracteriza a la población norteamericana y que supo luego sostener por el respaldo de occidente. De esta manera se festejaba fronteras adentro sin interés en saber por qué se ocultó aquel proyecto conocido como Manhattan que había iniciado a caminar de espaldas al país en 1942 y que continuaría así en otras materias hasta hoy.
Como tantos otros, este suceso forma parte de todo un esquema, una superestructura que va más allá de nosotros y que de estar distraídos puede que se impregne, nos moldee y construya un sentido común que responda a intereses que no nos son propios. Por tanto debemos hacer el esfuerzo constante de tirar conectores hacia el pasado y aclarar el panorama de cara al presente. Para no seguir apacibles frente a la hipocresía mundial, para cuestionar esos adornos que nos cuelgan en las narices con el nombre de Tratados de todo tipo que dicen impulsar -por ejemplo- la prohibición de armas nucleares pero que al mismo tiempo boicotean los países poseedores de las mismas: Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Francia - o sea los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU-, India, Pakistán, Corea del Norte e Israel.
Una atrocidad indefinible caracterizó los sucesos de Hiroshima y Nagasaki, debemos condenarlos con la misma vara que cualquier otro acto de guerra y terrorismo de Estado llevado a cabo ahora mismo y que sabemos perfectamente, existen. Luchar incansablemente para ser una humanidad que deje de mutilar a su propia especie y hábitat, que respete de verdad la vida de cualquier ser sobre este mundo, es nuestra obligación inmediata.
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