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Lula: Un acto de amor

  • Foto del escritor: Nare Yamashiro
    Nare Yamashiro
  • 2 oct 2022
  • 3 Min. de lectura

Me pasé la mañana dando vueltas en algunos interrogantes: ¿En qué mundo vivimos? ¿Qué va a ser de este mundo? Tomé un mate y sin tener la rapidez mental de anclar conceptos busqué ayuda en mi celular, que a esta altura ya está acostumbrado a recibir preguntas chambonas, entonces escribí: Mundo, definición. Voy de arriba abajo y de izquierda a derecha con los ojos y encuentro: "Refiere a la totalidad de entidades, al conjunto de la realidad, a todo lo que fue, es y será". Ay, esta última palabra, abierta, tirada sobre la mesa en un tiempo sin certezas, ese que Álvaro define como liminal. Pienso en guerras, catástrofes ambientales, desprecio por el otro, negligencia y poderío enfermizo, todo resumido en partidos políticos fascistas que avanzan.

Después me detengo. ¿No es acaso mi cerebro colonizado? Pará un cachito, volvé:


En una región de marea rosa en subida, pluridiversa, donde la guerra entre nosotros no existe en este siglo, donde ya está instalado el sentido de hermandad y mal vista la discriminación de cualquier tipo, donde las fronteras se abren: Lula puede volver a ser Presidente de Brasil, se hará realidad en horas o en semanas. Ése es nuestro porvenir y como latinoamericanos lo debemos tener en claro.

El hecho que estamos vivenciando está cargado de un componente histórico justamente porque nos encontramos envueltos en un paradigma, filosófico tal vez, mundial acerca de pilares esenciales que tocan la moral, el mal, la vida, la muerte, el egoísmo, el amor. En este marco, la decadencia de Estados Unidos como influencia regional tira manotazos de ahogado que se llevan puestos una Europa adormecida de su propio bienestar. De este lado Lula ya está con un pie sobre la cancha: el niño que nació sin cosas materiales, que se convirtió en obrero metalúrgico, en líder y en presidente después, que jugó en las grandes ligas y que se ganó el respeto de los Señores del Estado y el amor de sus pares, los nadies que, al reconocerse en él, de pronto eran.

Lula implica en sí su propio puente: Es (en sus propias palabras) consciente que tiene que hacer más de lo que hizo antes por Brasil y por América del Sur, se sabe superador de los errores e ingenuidades del pasado y está totalmente convencido de que puedan lograrse los objetivos que quedaron pendientes y sumarse a nuevos desafíos.


Ahora, es tan importante su figura en el Continente? la respuesta claramente es sí, y no sólo en el continente sino en cada rincón del planeta donde haya identificación con un proyecto progresista. América Latina tiene la oportunidad, con Lula a la cabeza, de hacer posible una real integración regional, de crear el Banco del Sur, de crear una Gran Universidad que desarrolle doctrina latinoamericana con profesores del territorio, un Consejo de Defensa Latinoamericano que no dependa de los gobiernos de turno para defender la soberanía, poner de pie el Instituto de Salud de la UNASUR, la UNASUR en sí misma. Esto es un mínimo esbozo de lo que tiene Lula en sus planes, un hombre que define con seguridad que Gobernar es un acto de amor. Un hombre que con casi 77 años sigue aludiendo a la fuerza y cariño de la figura de su madre en sus acciones, un hombre sin rencores, movilizado por las injusticias, con ganas de que Brasil vuelva a tener influencia mundial sobre todo en conflictos bélicos como los actuales. Gran estratega y conciliador, Luiz Inácio Lula da Silva dice en sus entrevistas que hay que definir para qué y para quienes se debe gobernar, lo que indefectiblemente derivará en el hecho de romper barreras y pelear con determinados sectores. Tiene la convicción de que el continente debe reinventarse y ser vanguardia en un modelo de arquitectura financiera solidario, donde el gran desafío sea el respeto a los pobres, para que dejen de ser mal vistos como parte del problema y se conviertan en la solución.


Ojalá la historia esté de nuestro lado.

Que viva Lula, siempre!

 
 
 

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