top of page

Pisar el barro

Se está produciendo una pérdida de tiempo en discutir narrativas que generan un encorsetamiento de las posibilidades dadas y ciertos temores, percibidos como herramientas para convocar a pensar que la cosa no puede ser de otra manera. Sin embargo, el quid de la cuestión probablemente nos esté pasando por el costado y será difícil advertirlo en tanto no entendamos que el peligro no está en la disputa en sí, sea dentro, fuera u alrededor, sino en que los dolores sociales no encuentran actualmente representación política.


Existe hoy en día una falta de claridad que caracteriza el momento, un dejar volar la imaginación y la especulación por la ausencia de señales que marquen un rumbo desde lo conceptual; pudiendo llegar a ser esto contraproducente y generar a su vez desgaste en un intento de traducir -que no es más que bajar a lo cotidiano- un andar político distante. Digo contraproducente porque, en esencia, la formación política de las generaciones nacidas de la década ganada se acostumbró a que se la considere parte, se siente creador de un proyecto colectivo y es desde ahí que sostiene ciertas banderas. Agrego a lo anterior: no sólo nos pega a los jóvenes y no sólo es una mera costumbre, a esa sociedad que despertó y se dejó atravesar por la convicción de que todo es político le sienta bien el rol de constructor de su futuro. Conviene por ello ir ordenando este hogar, que es nuestro país, poniendo las cosas en su lugar y tanteando también si más o menos se está de acuerdo en algunas nociones. Como punto de partida debo advertir que lo que escriba a continuación se sustentará en pensar lo político como una dialéctica entre el pueblo y la representación, donde uno construye y resignifica constantemente al otro.

Hay un relativo cansancio de las bases, es cierto, pero esto no es insólito para el mundo político. Ya hablamos por el 2018 del reflujo y de aceptar esta circunstancia. Entonces me parece importante tener como premisa el hecho de que la gente siempre vuelve a casa y que se debe gobernar preparando el terreno para momentos así, buscando -en una situación ideal- irreversibilidad a futuro. Cualquier teoría política que acuda a la idea de que la gente debe estar constantemente movilizada estará condenada a la nostalgia y la apacibilidad a la hora de armar estrategias de acción. No podemos vincular la actuación al momento de bajamar, esperando que se den las condiciones. Primero porque la gente deja de movilizarse por alguna razón o sucesiones de motivos, uno de los cuales es la ausencia de pasiones –sin intención de conceptualizar peyorativamente sino más bien viéndolas como afectos colectivos-, o porque no hay nada sustancial en disputa. Segundo, porque estaríamos diciendo en cierta manera que las conquistas dependen del fervor colectivo y el heroísmo popular constante, y ya entendimos que esto no es eterno.


Apelo a relativizar el cansancio popular porque las calles nunca están del todo vacías, lo que a mi entender pasa es que existe una espera, un dar lugar. Si pensamos al Pueblo-Estado como un andamiaje, una idea de que uno sin el otro no avanza, podríamos leer el reflujo social como un espacio dado a la imaginación e innovación del sector representativo en el tablero de juego para mantener funcionando esa retroalimentación. Una afirmación: la gente a través de la movilización construye su identidad. Ahora frenemos en el otro brazo del tema: la idea de la representación vista como representación de identidades ya existente es completamente equivocada porque la representación es al mismo tiempo constitución de identidades. La política consiste en construir identidades. Hay por lo tanto un doble movimiento, del representado al representante y a la inversa.


Una vez dicho esto me parece atinado proponer, más que un llamamiento a que las bases protejan ciertas figuras, que la representación tenga una correspondencia y un cuidado de las bases que están atrincheradas si se quiere, pero también expectantes y predispuestas siempre, por más vapuleadas que estén, a sostener con firmeza los proyectos en los cuales se identifiquen y en el momento que sea necesario. Los líderes, por su parte, no deben adecuarse al momento sino empujar hacia adelante, tejer desde abajo una unidad colectiva, un horizonte esperanzador fortaleciendo lazos afectivos y fundamentalmente acercándose al compromiso popular desde la creatividad y la audacia, porque se gobierna desde las instituciones y desde las calles, esto es casi una sinergia que garantiza la legitimidad.


El camino del consenso al centro desdibuja la confrontación ideológica nosotros/ellos y en lugar de plantarnos frente a esa mutante ultraderecha golpista se genera, muy terriblemente, un efecto nocivo que nos debilitará si es que no se amplía el campo de lo posible. Hay que resignificar el progresismo, sacarlo de la zona de confort para que no se vuelva establishment, construyendo al pueblo desde una izquierda latinoamericana que no abandone la referencia a la justicia social, porque la derecha está tomando lugares que, aun sabiendo que no le corresponden en esencia, le permiten avanzar apelando a su practicidad inmoral y así va ganando terreno desde un discurso de odio y un accionar sangriento.


Para cerrar, no ocupemos el tiempo en romantizar la palabra y llenar de florcitas los debates, seamos creativos, rompamos el sentido común, ampliemos el campo de lo posible y seamos valientes. Son momentos en los que debemos asumir más responsabilidades, no aflojar ante el natural reflujo social sino al contrario, movernos con iniciativa, aprendiendo de la potencia de los liderazgos en nuestra patria grande, forjando rumbos que tomen como única premisa el Principio Moral de gobernar para mejorar la vida de la gente más necesitada. Vale la pena arriesgarse en búsqueda de esa transformación. El resto es guirnalda.

Comments


bottom of page